La Llamada
Es curioso cómo a veces prestamos
atención a tantas cosas a nuestro alrededor
y nos hacemos los sordos con lo que nos grita desde nuestro interior. No suelo ser una persona impulsiva, más bien
al contrario, intento controlar algunas sensaciones para que no me perjudiquen
en mi día a día. Controlar el tedio, la
indiferencia, la reacción ante alguien por
quien no siento mucho afecto y que no me importa mucho, es relativamente fácil.
Lo realmente difícil es descifrar, y
después controlar, aquel desasosiego, ese frío en la barriga sin aparente motivo.
Y ahora sé que eso es una llamada de
atención, un síntoma, de que algo dentro de nosotros quiere ser tenido en
cuenta. Después de casi tres años encubriendo
mis sentimientos con una capa de
conformismo, descubrí que, si yo no quise renunciar a mis orígenes, a mis raíces,
es porque tengo un deseo desesperado por
volver a ellas.
Si yo salí de España, de Málaga, de
Madrid, de Sevilla…, ninguno de esos lugares salió de mí, y ese sentimiento quema
cada vez más, y cada vez más me alegra pensar en volver, si tuviese una oportunidad.
No voy a negar que si hubiera cumplido
mis sueños, estaría más conformada aquí. Conformada, no feliz. Ahora descubrí que mi
sensación de ser un bicho raro, un pez fuera del agua… no se debe al tamaño de
mi casa o al valor de mi coche, se debe a una diferencia cultural que no soy
capaz de superar, porque tengo certeza de que si me tocase la lotería y
comprase una mansión y el coche del año
no soportaría ser respetada exclusivamente
por eso, lo que me convierte, realmente, en un bicho raro y en un pez fuera del
agua…
Lo que me deja más triste es la falta
de libertad para ser así, la sensación de exclusión por pensar de esa forma. Por
eso mismo, tomé una decisión: Si no me
siento mejor hasta el fin de este año, vuelvo a casa por Navidad…
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